Cratagena de indias, la ciudad del Caribe fundada por don Pedro de Heredia en 1533, donde estuvo asentada la población indígena Kalimarí, fue un importante enclave colonial hispánico en el Caribe. Puerto negrero y plaza fuerte en el comercio entre la Península y el continente americano, registra excepcionales ejemplos de la ingeniería militar y la arquitectura colonial del Caribe. La ciudad fue sede del Tribunal de la Inquisición, blanco preferido de piratas ingleses y franceses, y “Ciudad Heroica” que resistió en 1815 el asedio de Pablo Morillo y sus hombres después de haber declarado su independencia absoluta el 2 de noviembre de 1811.
En fin, ciudad amurallada y ciudad abierta al crecimiento en los años que siguieron al periodo colonial, esta es la Cartagena que, en épocas distintas de la historia, recrea Gabriel García Márquez en sus dos novelas, El amor en los tiempos del cólera (1985), Del amor y otros demonios (1994), y en fulgurantes episodios de El otoño del patriarca (1975). Las huellas de la ciudad colonial y moderna se encuentran en numerosos textos periodísticos y cuentos. La Cartagena moderna que conoció el joven periodista y escritor en 1948 es también tema de espléndidas crónicas y la entrañable evocación que hace de ella en la autobiografía Vivir para contarla (2002).
Los temas literarios de García Márquez se hunden en los siglos XVIII, XIX y principios del XX. En estos siglos trascurren las novelas antes mencionadas. Una raíz igualmente profunda lo “sembró” en Cartagena de Indias cuando decidió construir su casa en la ciudad y pasar allí largas temporadas, después de haber fundado en 1993 la Escuela para un Nuevo Periodo.
Camellon de los Mártires
Camellon de los Mártires
Después de haberse tomado el Pacificador Pablo Morillo a Cartagena de Indias tras más de tres meses de atroz bloqueo, comenzó un régimen de terror. Muchos de los habitantes del pueblo de Bocachica fueron exterminados sin piedad ni juicio previo; hubo fusilamientos masivos en la Plaza de la Merced, encarcelamientos por el delito de deslealtad al Rey de España y otros abusos de autoridad.
El objetivo de los españoles era dar un escarmiento ejemplar, y qué mejor manera de hacerlo que enjuiciando y ejecutando en plena plaza pública a los más reconocidos dirigentes de la ciudad. Nueve fueron los seleccionados para la pena capital, los cuales se juzgaron fugazmente sin defensa legítima.
El 19 de febrero de 1816, el recién nombrado Consejo de Guerra dicta la sentencia: "Todo bien examinado, ..., el consejo ha condenado y condena a los referidos Manuel del Castillo y Rada, Martín Amador, Pantaleón Germán Ribón, Santiago Stuart, Antonio José de Ayos, José María García de Toledo y Miguel Díaz Granados, a la pena de ser ahorcados y confiscados sus bienes, por haber cometido el delito de alta traición. Y condena el Consejo a Don Manuel Anguiano a ser pasado por las armas, por la espalda, precediendo su degradación... y finalmente se condena a José María Portocarrero a la misma pena de ser ahorcado y confiscado sus bienes...".
El 24 de febrero los mártires son llevados al sitio de ejecución, en las afueras del centro amurallado, cerca de la Ciénaga de la Matuna, y sus cadáveres fueron sepultados en una fosa común en el Cementerio de Manga.
En el supuesto lugar donde fueron sacrificados hoy existe el Paseo o Camellón de los Mártires, construido en su honor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario